Se suele diferenciar a la tendencia política denominada derecha, de la otra a la que se llama izquierda, por el factor del conservadurismo. Pero esta generalización es una falsedad.
Sí que es verdad que el conservadurismo es el factor característico de la derecha en el terreno de lo social, pero no en otros terrenos. Por ejemplo en lo cultural y el patrimonio. En la ciudad donde vivo, llevamos décadas en las que la labor de conservación patrimonial ha sido defendida por gentes de izquierda y, por desgracia, la destrucción la han defendido las derechas. Y digo lo de por desgracia, porque en la ciudad donde vivo, son las derechas las que llevan gobernando durante, ya no decenios, sino siglos. Muestra de ello son las destrucciones de patrimonio como el cementerio mudéjar, la Fábrica de Harinas o incluso el Alcázar de Ávila. Y las murallas no las tiraron porque eran muy sólidas y por falta de presupuesto.
Nos lo delatan las redes sociales, donde nadie se preocupa si está escribiendo correctamente una palabra castellana pero, si utilizan el inglés, miran con lupa para no cometer un error al escribir WhatsApp, smartphone, runners, etc. Estas personas, incluso, se preocupan de pronunciar lo más correctamente que les es posible la lengua de Shakespeare. Por ejemplo sus correos electrónicos son yimeil punto com (gmail.com) y, en lugar de utilizar una tableta, ellos tienen una táblez (tablet).
A un anuncio comercial en los medios audiovisiuales, si quiere tener glamur, no le queda otra que realizar la locución en inglés, o como mucho en francés o italiano si es de moda. El otro día, en la tele, escuché al inefable Miguel Ángel Revilla quejarse de lo mismo, poniendo el ejemplo de cuando pronuncian el castellanísimo nombre de Carolina Herrera, con acento anglosajón, Cagolina Eguega.
Sé de primera mano que algunos visitantes extranjeros en nuestro país se han indignado cuando han encontrado un dependiente que no les entendía en inglés. Y, por el contrario, las noticias de vez en cuando nos informan de la agresión en una calle, o en el metro, de Londres, a un turista español por hablar en castellano con un compatriota.
Nuestros mandatarios nos fuerzan a convertirnos en bilingües, que no quiere decir aquello que significa esa palabra, o sea, hablar el idioma propio y otro. Lo que pretenden es que todos hablemos inglés. Aunque ellos no lo hagan. Pero lo importante es que pasemos por el aro. ¿Para qué? No nos lo dicen, claro. La razón es que es conveniente para el sistema capitalista, que necesita utilizar, allí donde sea productiva, la mano de obra. Además de para unificarnos en el pensamiento y que seamos más manejables; que no tengan que andar poniendo una etiqueta diferente en ese refresco famoso en cada país.
Una obra de arte, como una película, es más auténtica si está subtitulada, que si está doblada. De acuerdo. Pero cuando nos colonizan culturalmente con una sola lengua, estamos hablando de otra cosa. Si eliminamos el doblaje no escucharemos en la pantalla más que el idioma que nos quieren imponer para dominarnos mejor.
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Fotograma de Black Mirror |