Cristóbal Medina

Teresa de Cepeda

FECHA

En el día en que publico esta entrada de mi blog, se celebra la fiesta grande de mi ciudad. Bueno, para ser precisos, esta fiesta ha sido desbancada popularmente por las Jornadas Medievales, que convocan a un mayor número de personas.

El 15 de octubre festejan los católicos a santa Teresa de Jesús, o simplemente «la Santa» como es llamada en Ávila. Fuera de nuestra tierra es más conocida como santa Teresa de Ávila, pero ella se llamó Teresa de Cepeda y Ahumada, aunque también firmó parte de su vida como Teresa de Ahumada y posteriormente, reivindicando las raíces paternas, como Teresa de Cepeda. No olvidemos que su abuelo paterno era un judío converso.

El catolicismo la subió a los altares. Le ha hecho efigies y le tienen un gran fervor, sacándola en procesiones y emocionándose a su paso. La han convertido en santa milagrera, a cuya imagen se aplaude, le ponen flores y la pasean entre soldados, clero, munícipes y marchas militares.

Yo quisiera reivindicar para los no creyentes una figura que alcanzó gran talla humana e intelectual, a quién se podría considerar como una mujer inquieta, cuando no «revolucionaria». Ella llegaría a aceptar para sí misma un apelativo despectivo con el que la insultaban: monja andariega.

La niña y moza Teresa fue un personaje de su época, le gustaban las fiestas, las relaciones sociales y la lectura. Los libros de caballerías —de cuyas lecturas más tarde se arrepentiría— le llenaron muchas horas de ocio. Su padre la metió a la fuerza al monasterio de la Encarnación, para evitarle lo que hoy consideraríamos «malas compañías» y lo hizo en contra de su voluntad. Pero, una vez allí, dedicada a la prospección interior, llegó a una fe profunda.

Una grave enfermedad la devolvió a su casa y pasó por curanderos y cualquier remedio que le pudiera devolver la salud. Llegó a estar a las mismas puertas de la muerte, pues muerta llegaron a pensar que estuvo en una ocasión y casi la entierran.

Más tarde, siendo ya monja por voluntad propia, se vio a sí misma muy imperfecta y buscó en la oración una forma de acercarse a Dios. Utilizó la ascética y buscó en la oración un camino de perfección y acercamiento a lo espiritual. En su «Vida» ella habla de todos sus defectos y cómo poco a poco, con la oración utilizada como forma de aprendizaje llegó, según nos cuenta, al éxtasis místico.

Hoy en día hay teorías que exponen que estos éxtasis se los ocasionaban sus enfermedades, pero el caso es que para ella fueron reales y le llevaron a tratar de explicarlos a través de la poesía, componiendo unos versos bellísimos, al igual que hizo su amigo y joven confesor Juan de Yepes —para el catolicismo san Juan de la Cruz—. El caso es que nos dejó unas joyas poéticas, pero también se aventajó en la prosa, con un estilo muy pegado a la forma de hablar coloquial, produciendo unos hermosos textos: Vida, Camino de perfección, Las Moradas y Fundaciones.

Su personalidad abierta y desenfadada y su emprendimiento como fundadora de conventos, con una regla monástica mucho más cercana a la pobreza y al cristianismo más sincero, la convirtieron en una mujer admirable, que hubo de luchar en su propia ciudad contra las oligarquías urbanas, desde sus mismos inicios, con la fundación del monasterio de San José, hasta los últimos momentos. También hubo de enfrentarse a la Inquisición, que en un par de ocasiones la tuvo entre sus objetivos por su «soberbia» de hablar directamente con Dios, sin necesitar intermediarios como confesores, hombres ilustrados o miembros de la jerarquía eclesiástica.

Desde aquí reivindico ese «feminismo» anticipado en la Historia, que le llevó a ser una mujer libre en un siglo en el que las mujeres tenían un papel doméstico al que ella no se acomodó. También reivindico su labor intelectual y su oficio de escritora, para el que utilizaba la hermosa lengua castellana con objeto de transmitir sus ideas y experiencias.

Los vestidos hermosos que le ponen a su talla, las joyas y los oros, los pedestales y peanas a los que la suben, y las procesiones para exhibirla no encajan en absoluto con lo que fue su personalidad. Teresa de Cepeda buscó superar sus imperfecciones con la oración introspectiva, experimentó la pobreza —que tiene como símbolo el descalzar a su orden religiosa—, se empleó en el estudio y en la conversación inteligente. Quienes la conocen un poco, saben que ella se quitaría esos oropeles, vestiría una saya pobre de lana y se mezclaría con la gente común.

Perdonadme, paisanos, hace ya tiempo que no voy a las procesiones de su imagen ni asisto a los eventos religiosos, pero siento muy cercana a Teresa de Cepeda y cuanto más la conozco más la admiro.

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