Cristóbal Medina

Querámonos un poco

FECHA

Un idioma es un cuerpo en movimiento que se transforma. Si no fuera así, aún hablaríamos latín. Está bien esa evolución paulatina a través de los siglos y es inteligente tomar de otras lenguas palabras para conceptos que no tenemos. Esto nos enriquece y lo llevamos haciendo siglos. No me opongo en absoluto.

Lo que no tiene ni pies ni cabeza es la aceptación que los castellanohablantes estamos haciendo de términos ingleses; tanto si nos vienen bien, por cubrir huecos lingüísticos, como si son totalmente innecesarios y prescindibles. Yo a esto lo llamo avalancha de barbarismos que pudren la lengua que hablamos. Y no somos conscientes de ello. Abramos YA los ojos.

¿Cuál es la razón de que ocurra? Solo se me ocurre una respuesta: que los que hablamos el idioma de Cervantes sentimos complejo de inferioridad con respecto al inglés y que pensamos que cualquiera de los términos que ellos usan definen conceptos de una forma precisa, por lo que están a la vanguardia de la ciencia y la cultura, mientras que las palabras castellanas son incapaces de denominar un concepto nuevo. En resumen, que somos paletos por hablar esta lengua y no haber tenido la suerte de nos fluya por las venas la sangre de Shakespeare.

Pero esto que expongo no es una ida de pinza mía y lo puedo demostrar:

Términos innecesarios: streaming (directo), on line (en línea), email (correo-e), fake new (noticia falsa / paparrucha), like (me gusta), bike (bici), hacer running (correr), pendrive (pincho), weekend (finde), share (compartir), tablet (tableta), hacer shoping (ir de compras), dinero cash (efectivo), ready (preparado, a punto), love (amor, amar) …

Llegamos al delirio con letras de canciones como la de Rosalía que dice (espero que de forma jocosa) cosas como estas: “Te quiero ride, como a mi bike. Hazme un tape, modo spike…”. O, sin ir más lejos, la bazofia que llevamos a Eurovisión —el ridículo en las votaciones lo tenemos garantizado—, de una cantante a quién no quiero nombrar y espero que pronto sea olvidada: “Let’s go! Llego la mami / La reina, la dura, una Bugari / El mundo está loco con este party / Si tengo un problema, no es monetary / Yo vuelvo loquito a todos los daddies / Yo siempre primera, nunca secondary / Apenas hago doom, doom / Con mi boom, boom / Y le tengo dando zoom, zoom…”. Sé que muchos agradeceréis que, al ser este un medio escrito, no suene la música reguetonera, género en el que tenemos ejemplos para dar y tomar.

Por indicar algún caso más: ¿Cuántos padres ponen a sus hijos Yónatan, Yudit, Yénifer, Sara o Dafne, escribiendo Jonathan, Judith, Jennifer, Sarah o Daphne? Así, los Carlos se hacen llamar Charli y los Ricardos Ríchar, desconociendo que en castellano Ríchar lleva tilde al ser una palabra llana terminada en erre. Pero no dudan en escribir Charlie y Richard, sin descuidar una letra.

En las redes sociales la gente escribe con precisión palabras inglesas y no se preocupa de poner las tildes en castellano ni se interesa por dónde va colocada una hache —haber por a ver, como por cómo, acabo por acabó—. No le dan importancia a la gramática ni a la ortografía y suelen excusarse con que «si se entiende, para qué más». Pues es fácil, porque si no se escribe correctamente no se entiende; además de que se fomenta el vivo desprecio a las normas que hacen que todo lector pueda comprender con facilidad lo que otro escribe.

Con estas reflexiones solo quería que aquellos que todavía tengan alguna duda al respecto sean conscientes del camino que estamos llevando y que, si no le ponemos remedio, en muy pocas décadas no quedará ni rastro del idioma que dio a luz obras tan bellas y profundas como «Coplas a la muerte de su padre”, de Jorge Manrique, «La noche oscura del alma», de San Juan de la Cruz, «Cien años de soledad», de García Márquez, o la poética completa de Federico García Lorca». Nuestros nietos tendrán que estudiarlo como lengua muerta y los futuros planes de educación lo sacarán del currículo, como han hecho con el latín y el griego clásico.

Pongamos fin a la avalancha. Digamos fin y no end a este disparate. En nuestras manos está. No somos tontos y el castellano es una lengua culta y digna. Amémonos un poco.

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