Cristóbal Medina

Neolítico

FECHA

Ya nada es como antes, pero no podemos seguir así. Esto tiene que cambiar.
En tiempos pasados vivíamos mejor. Hace unas pocas estaciones, los más ancianos de la tribu lo pueden contar, los hombres salíamos a cazar y todo era una fiesta. La preparación de las flechas, lanzas y garrotes, las pinturas rituales, el acecho… Y la alegría de abatir a una gran pieza, como los mamuts, de los cuales nadie ha vuelto a ver ninguno. Cuando llegábamos al poblado, las mujeres y los niños nos recibían con gran alegría y cantaban y danzaban en nuestro honor. Todo lo compartíamos y nadie era más que nadie. El mejor cazador trabajaba para los demás, enseñándonos y corriendo los mayores riesgos. El más fuerte cargaba la pieza a los hombros. El más alegre nos hacía reír a todos. El más locuaz relataba la aventura por la noche alrededor de la hoguera. Todos éramos felices y nadie trabajaba. En esa época, los hombres no trabajábamos, cazábamos, comíamos y gozábamos a nuestras mujeres y ellas a nosotros. Las mujeres, sin embargo, sí trabajaban. Mientras los hombres nos divertíamos en una partida de caza, ellas cuidaban y limpiaban las chozas, alimentaban a los niños, cosían las pieles… Eran las únicas que trabajaban, pero eso les daba valor, y ese valor les era reconocido.
Ahora, desde que llegaron esos extranjeros que nos enseñaron a cultivar el cereal, todo ha cambiado. Ya nada es igual. Y todo ha ido a peor.
Unos acaparadores se adueñaron del terreno y lo cultivaron. La cosecha la guardaron en vasijas de barro cocido y saciaron su hambre, dejando sobrantes, que no quisieron repartir. Armaron a los más brutos, para proteger su cosecha, a cambio de unas migajas de comida. Y como los más brutos suelen ser los más tontos no se dieron a razones. Cuando llegó la estación de los fríos, no quisieron compartir nada, ya que decían que nosotros no habíamos trabajado y lo necesitaban para sus hijos. Pronto olvidaron que mientras ellos cavaban la tierra, nosotros les alimentamos con nuestra caza y no nos importó. Prometimos que nunca lo volveríamos a hacer, pero cuando llegamos con carne fresca, nos apiadamos de su hambre y ellos se ofrecieron a intercambiar unas raciones por su cereal. No nos gustaba esa pasta seca que nos ofrecían, pero hicimos el trato por caridad. Desde entonces empezamos a cazar para ellos y cada cosa empezó a tener su precio. Más tarde nos emplearon en las tareas de cultivo, a cambio de un poco de comida, en los tiempos de escasez.
Ya no hacemos otra cosa, y casi no tenemos tiempo para salir a cazar.
Los acaparadores tienen chozas donde viven junto a sus familias, y nosotros no. Ellos son ricos y nosotros pobres. Los hombres, antes libres, trabajamos ahora como si fuéramos mujeres y las mujeres los prefieren a ellos, porque son ricos, y les ofrecen joyas. Ya no somos iguales. Ya nada es como antes, pero no podemos seguir así. Esto tiene que cambiar. Y va a cambiar, porque nos hemos puesto de acuerdo los desheredados.
Todo está acordado. Entraremos esta noche en sus chozas y los mataremos a todos. No quedará vivo ni un solo acaparador. Tomaremos sus riquezas y a sus mujeres.

Mañana sus hijos serán los que trabajen nuestras tierras.

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