Cristóbal Medina

Guerra de sexos

FECHA

(Advierto, esta entrada va sin fotos, pues habla de letras, y de esas he puesto muchas)
Me voy a meter en un jardín del que no sé cómo saldré. Esta vez me voy a ganar unos pocos enemigos y enemigas más, que espero lo sean menos si reflexionan sobre mis razones. Y es que quiero hablar de trabajadores y trabajadoras, de padres y madres, de señoras y señores, en fin, de miembros y de miembras…
Desde siempre he tenido una admiración reverencial por la lengua castellana. Ésta, como cualquier otra, se ha sedimentado a través de los siglos y ha ido cambiando, adaptándose a sus oradores. Nuestro idioma, como otros cuantos más, nació del Latín y, poco a poco, derivó con el carácter de sus gentes, variando y, creo yo, mejorando y ganando en expresividad y precisión. Esto quiere decir que no hay nada inmutable, y menos un idioma, el cual evoluciona por leyes naturales de economía, precisión y belleza –gracias a escritores, poetas sobre todo–, pero también de forma forzada por intereses nobles o espurios. Me refiero a cuando se meten con calzador expresiones y palabras de otros idiomas, algunas de las cuales enriquecen, pero muchas no, y menos si son masivas como ocurre en nuestros días con el inglés (ver desahogos en artículos anteriores de este blog).
Ahora aterricemos en nuestra realidad social. La mujer está tomando el papel que le corresponde, después de haber sido marginada a través de los siglos por una sociedad desigual y machista, que la ha postergado a desempeñar su función únicamente en el ámbito privado. Gracias a su lucha, y a la de los hombres que compartimos el sentir de esa injusticia, está recuperando la libertar de integración y de protagonismo social que le correspondía y que nos beneficiará a todos cuando sea plena.
Pero para hacer visible esa igualdad social se está forzando el idioma castellano, y se está deformando de una forma antinatural que a mí, al menos, no me gusta. Y no me gusta porque no es práctica y lo empobrece. Y, además, todo ocurre por un error pueril, como es confundir el género gramatical con el sexo, cuando son dos conceptos totalmente diferentes. El género es masculino y femenino, al igual que el sexo, pero tienen una entidad divergente. No son lo mismo, en absoluto.
El idioma castellano perdió el género neutro latino. Y no pasa nada. Una palabra de género masculino puede hacer referencia al sexo femenino y otra de género femenino al sexo masculino (ruego no pensar obscenidades, que hay equivalentes científicos). Y no pasa nada. Yo, como hombre, soy una persona (femenino) y pienso que soy buena gente (femenino). Una jueza puede ser un miembro (masculino) del poder judicial. Y no pasa nada. Se entiende.
El rizo rizado viene cuando hablamos de hombres y mujeres y no queremos generalizar en masculino, para deshacer injusticias. Si yo hablo de los padres (masculino plural) de un niño, no estoy determinando nada, hablo en conjunto y todo el mundo entiende que me puedo referir a un hombre y una mujer, o a dos hombres. Generalmente será lo primero porque es lo más común, pero según el contexto puede ser la otra opción. Si pretendiera especificar hablaría del padre y de la madre. Si, por otro lado, menciono a los trabajadores (masculino), todo el mundo entiende que hablo de los trabajadores y las trabajadoras, porque el género masculino generaliza por tradición al conjunto de los sexos. Duplicar me sigue sonando ridículo, por más que lo oigo. Que se hable de trabajadores y trabajadoras cada vez que un político hace un discurso intentando ser políticamente correcto, no añade comprensión y sí palabras. Es preferible que mencione a la clase trabajadora (femenino) o simplemente a las trabajadoras, dando por entendido que se ha elidido la palabra “personas”.  Pronto nos acostumbraríamos y no pasa nada: “Nosotras –las personas aquí reunidas– estamos orgullosas de ser trabajadoras, todas nosotras –personas–“. ¿No es mejor que la alternativa: nosotros y nosotras, trabajadores y trabajadoras…? Si queremos hacer presente el sexo femenino en nuestra sociedad, no desvariemos con el lenguaje, seamos osados y generalicemos en femenino. Es más fácil de tragar, que duplicar palabras de forma reiterativa y absurda, ya que no es necesario, cuando es perfectamente comprensible y no posterga a nadie, creo yo.
Para ser conscientes de hasta dónde hemos llegado haciendo el ridículo, por no diferenciar sexo de género gramatical, pondré el ejemplo más llamativo que se me ocurre.
Durante siglos cuando se hablaba de los padres de un niño (o de una niña), ya lo he mencionado antes, no existía ningún idiota, por mucho que el oyente fuera simple de entendederas, que no supiera que esa palabra de género gramatical masculino abarcaba al sexo masculino y al femenino. Así, existía en todos los colegios desde hace décadas una asociación (palabra de género femenino aunque incluya hombres) de padres de alumnos, o sea, A.P.A. en siglas. Y no había necio alguno que pensara que las madres estaban excluidas de esta generalización. Pero el excesivo celo de dar visibilidad a las mujeres acarreó el pensamiento de que esto no estaba bien, que era una aberración. La solución: se cambiaron las siglas para dar cabida a las madres y, además, se las puso por delante de los padres, que para eso ellas son las que paren. Así, se transformó, por arte de birlí-birloquela A.P.A. en hampa… Perdón, no resistía las ganas de hacer el chiste: en A.M.P.A., quiero decir. Asociación de Madres y Padres de Alumnos.
Echad las campanas al vuelo, hemos solucionado la iniquidad de olvidarnos que los alumnos tienen también madres. Hemos alargado el título pero, ¿eso qué es comparado con el reparo de la injusta injusticia histórica. ¡Hala, pues! Ahora que nos hemos lanzado, ¿y si nos inventamos la palabra “miembras”? Pues hecho, señoras y señores miembros y miembras de nuestro país y nuestra paísa, lleno de gentes y gentas trabajadores y trabajadoras, empresarios y empresarias, sindicalistas y sindicalistos… Ya tenemos la absoluta igualdad… Idiotizada.
Para demostrar que los “amperos” –integrantes e integrantas de las A.M.P.A.s– pensaron a medias, les voy a descubrir que se olvidaron de las alumnas: sí generalizaron a los dos sexos con la palabra “alumnos” ¡Qué horror! ¡Qué olvido imperdonable! Sí, volvamos a cambiar las siglas (y los siglos, dijo yo), olvidémonos de la A.M.P.A. y hablemos de la A.M.P.A.A.: Asociación de Madres y Padres de Alumnos y Alumnas. ¿Oye, y ya que traducimos el sexo en el género gramatical, no deberíamos también hacer mención a los alumnos y alumnas gays y lesbianas? ¿Y a los padres transexuales?
A partir de ahora debemos hablar de la A.M.P.T.A.A.G.L. Va una caña para el que lea estas siglas –yo invito, pero luego me tiene que invitar a otra a mí.
¿Te das cuen del absurdo?
Abogo, como mal menor, por generalizar los sexos en el género gramatical femenino. No pasa nada, yo no me ofendo pues el género femenino me contiene, ya he dicho que soy una (femenino) buena (femenino) persona (femenino, ¿o debería decir femenina?). Y todos los que me leen son mejores personas (femenino plural) que yo, no me cabe la menor duda.

No te lo quedes para ti, compártelo

Facebook
Twitter
WhatsApp

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies