Cristóbal Medina

El tema de la violencia

FECHA

Ya he tratado en un artículo anterior –La vida en otros tiempos– la crueldad de las épocas antiguas. El tema de la violencia ejercida por el ser humano no deja de ser controvertido y, si queremos establecer en los tiempos antiguos una violencia sin límite, habrá quien nos recuerde que en nuestros tiempos se han cometido los mayores horrores de la Historia de la Humanidad, y no carecerá de razón: los campos de exterminio nazis, las dos bombas atómicas lanzadas sobre ciudades habitadas, la limpieza étnica llevada a cabo en las guerras de los Balcanes, el gas mostaza de Vietnan o de Siria, los asesinatos a machetazos en la sucia guerra ente hutus y tutsis, la aplicación de la ley islámica por un padre que castiga con la muerte, aplicándola él mismo, a su hija “adúltera”… No acabaría. Aún así benditos tiempos actuales.
                                                Hiroshima, 1945
Cualquiera puede caer en la más atroz violencia por un simple calentamiento en una discusión de tráfico y, con una pistola al cinto, convertirse en asesino. ¿Qué nos pasa?
Lo cierto es que podemos clasificar a las personas en dos categorías: los compasivos y los que no tienen empatía por los demás –siempre puede hacerse esto: los guapos y los feos, los ricos y los pobres, los calvos y los que tienen pelo…–. Hay personas tan sensibles que no pueden evitar derramar lágrimas cuando son testigos del sufrimiento de alguien, incluso aunque ese alguien esté muy lejano en el espacio o en el tiempo. Y hay personas tan insensibles que no tendrían ningún desasosiego en castigar a un ladrón cortándole la mano con un machete. Lo único que retiene a éstos individuos de actos crueles es la represión por la ley y la adaptación a una sociedad donde los demás no verían bien su crueldad natural, pero si la sociedad lo permite, o no lo ve, no tienen ningún problema.
Este tipo de gente eran los adalides de las batallas de tiempos antiguos, cuando además se los recompensaba por su valentía. Y ahí es donde quiero ir a parar, de nuevo a los tiempos antiguos. Cuanto más atrás vamos en la cultura, más permisiva es ésta con la violencia. En la Edad Moderna se podía cortar públicamente la cabeza a los reyes o a los ladrones, en la Edad Media no había inconveniente en quemar vivos a los herejes, en la Edad Antigua se celebraban espectáculos de gladiadores y de fieras, con la muerte animal y humana como ingredientes de diversión y en la Prehistoria no cabe duda de que se practicaba el canibalismo…
La evolución de la Historia nos ha puesto en un contexto en que todas estas cosas no son ya aceptables. Incluso el maltrato animal, simbolizado en las corridas de toros, tan sólo es defendido por una minoría, cada vez menor, de personas –y casi todas en nuestro país por lo que parece que son más, al tenerlos cerca–. Que no se engañen, son cuatro y en vías de extinción, gracias a la indudable evolución ética.
Pero cuando los historiadores, o los novelistas, echamos la vista atrás y tratamos de ambientar nuestras obras en tiempos pasados, de ninguna manera podemos juzgar con criterios actuales las aberraciones ocurridas. Además, debemos medir por el mismo rasero todas estas aberraciones, ya que las ideologías previas nos llevan a tratar a unas de forma indulgente y cargar las tintas en otras.
Como la novela que he escrito trata el tema de la conquista de América, he leído variados trabajos que me han hecho patente esta manipulación ideológica, ya que los investigadores que se han acercado los hechos desmienten clichés. El historiador pretende, siempre que no sea él mismo protagonista de lo que cuenta –recordemos las Guerras de la Galia de Julio César–, ser objetivo y no he encontrado diferencias entre las opiniones de extranjeros –Hugh Thomas, W.H. Prescott–, españoles –Guillermo Céspedes del Castillo– o mexicanos –Miguel León-Portilla–. Si bien la leyenda negra que comenzó allá por el siglo XVI, perdura hasta nuestros días, pintando unos conquistadores mezquinos y feos, ataviados de coraza metálica, masacrando indios indefensos y a unos religiosos fanáticos crucificándolos, mientras los nativos vivían en la más pura conexión con las leyes de la naturaleza y la bondad inocente.
Pero, de nuevo, me ocupo de llevar la contraria a la opinión general. Aunque antes debo aclarar que yo, desde luego, aborrezco todas las guerras de conquista, pero por ¿qué unas son buenas –celtas, romanos, Reconquista…– y otras son llevadas a cabo por perversos, morenos, fibrosos, intolerantes y crueles españoles? Una guerra de conquista en nuestro siglo es una aberración, y en los siglos pasados también lo es… pero para nosotros, no lo era para ellos. Así los aztecas estaban orgullosos de haber conquistado el país mexicano, al igual que los castellanos en derrotar a los aztecas. Para nuestro siglo el comportamiento castellano fue salvaje: Cortés quemó los pies a Cuauhtémoc para que le dijera dónde escondía los tesoros, masacró a la población de Cholula como castigo cuando se vio metido en una emboscada, al igual que no tuvo reparos en colgar a castellanos disidentes o cortar los pies al piloto de uno de sus barcos, por participar en una trama de traición. Pero que nadie me diga que todo lo sufrieron los pacíficos aztecas. Esos que tenían un zoológico con todo tipo de fieras encerradas, además de personas deformes o mentalmente retrasadas, esos que en todos sus templos diariamente sacrificaban a hombres, mujeres o niños para que el sol no dejara de salir y que sacrificaron en  1487 en cuatro días a 35.000 personas –por tomar una cifra media, ya que los historiadores no se ponen de acuerdo– para celebrar la inauguración de su Templo Mayor en Tenochtitlán.
Y para el que no lo sepa –en la película Apocalypto de Mel Gibson se relata con detalle– contaré brevemente en qué consistía un sacrificio ritual humano. El que lo sepa, que corte ya, que leer en un ordenador cansa.
Se preparaba a la víctima, pintándole el torso con una arcilla líquida coloreada, se le ponían coronas de flores, se le daban abanicos y se le hacía bailar al son de música de conchas y tambores. En procesión se le hacían subir los escalones del templo. Recordemos, altas pirámides truncadas, con una escalinata al frente y uno, o más, santuarios en lo alto. A veces se le disminuía la consciencia con unas setas alucinógenas, otras no. En lo alto de la pirámide, por delante del templo había una piedra roma, donde se le tumbaba de espaldas, sujetándole entre cuatro sacerdotes las piernas y brazos para inmovilizarlo. Otro sacerdote, por detrás de él, levantaba un ancho cuchillo de sílex y le asestaba un hachazo en el esternón, apalancando para abrírselo lo suficiente y que pudiera meter una mano, que hábilmente encontraba el corazón, lo arrancaba y lo sacaba del pecho sobre su cabeza, bañándose con el sanguinolento líquido viscoso. El corazón era arrojado a un brasero y a continuación le cortaban la cabeza, los dos brazos y las dos piernas. La cabeza sería clavada en un palo formando parte de un macabro muestrario de calaveras, el tzompantli y, tras ser arrojado el torso escaleras abajo, los sacerdotes, los nobles e incluso el pueblo comían las extremidades de forma ritual. Y sanseacabó la “misa” de esta tarde, en esta “parroquia”, que había muchas en una metrópoli como México-Tenochtitlán de 300.000 habitantes, y en otras muchísimas ciudades: Tlaxcala, Cholula, Tepeyácac, Iztapalapa, Tacuba, Huexotzingo, Iztapalapa, Coyoacán… Esto era a diario, y no digamos en las festividades, en alguna de las cuales se despellejaba a la víctima de una pieza para que, antes de secarse la piel, pudiera vestirla uno de los sacerdotes que se extasiaba danzando con ella.
Hoy no consentimos el canibalismo ni los sacrificios humanos, al igual que repelemos las guerras de conquista. A los conquistadores españoles les espantaron unas costumbres tan bárbaras, de la misma forma que a nosotros nos espantan las costumbres bárbaras del siglo XVI, no sólo de los españoles, que no eran significativamente diferentes a los demás, sino de todos: ingleses, franceses, alemanes, italianos, rusos…
Tan sólo hay un moraleja esperanzadora: Aunque sigamos conviviendo con degenerados, están en vías de extinción o de ocultación vergonzante. Sin duda mejoramos como especie.

No te lo quedes para ti, compártelo

Facebook
Twitter
WhatsApp

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies