Cristóbal Medina

De conquistas y barbaries

FECHA

Paseando por la ciudad de Ávila no es difícil toparse con un verraco. Son, éstas, esculturas zooformas de gran tamaño, que suelen representar toscamente un toro o un cerdo. Para el que no las ubique, puede hacerse una idea con los famosos Toros de Guisando.
Estas figuras las realizaba una tribu celta, los vetones, que eran en esencia ganaderos y habitaron las tierras colindantes con la cordillera del Sistema Central, básicamente entre las provincias de Ávila y Salamanca. Para qué servían estos monolitos, no está claro. Primero se les atribuyó carácter religioso, propiciatorio de la ganadería, de la que subsistían sus autores. Pero también pudieron servir como hitos que señalaban campos, ya que los castros celtas se encaramaban a colinas y desde éstas se divisaban los terrenos del valle donde pastaban las ganaderías, que serían señalados con los conocidos toros de granito.
El caso es que no se sabe a ciencia cierta. Y no se sabe porque la cultura vetona, al igual que otras culturas celtas, celtíberas e iberas, fueron destruidas, masacradas y desmanteladas por los romanos. Y para ello se empleó gran crueldad y ensañamiento, recordemos dos hitos heroicos como Sagunto o Numancia. En su larga conquista de la Península Ibérica, que superó el siglo, los romanos hicieron despoblar los castros fortificados, arrasándolos y obligando a los supervivientes a poblar en el llano. También la aculturación hizo que no quedaran restos de las costumbres, la lengua, la religión o la sabiduría celta.
Han pasado los siglos y lamento que de la cultura celta peninsular, así como la ibera, apenas queden migajas materiales y, salvo alguna breve recensión histórica romana, nada escrito de un pueblo que ya existió en tiempos en los que estaba inventada la escritura.
A pesar de ello, no le tengo ninguna inquina a los italianos, descendientes de los conquistadores. Ni les insulto avergonzándolos por las masacres realizadas. Al contrario estoy orgulloso del mestizaje que dio forma a los españoles actuales. No solo fuimos iberos, celtas y romanos, también germanos (visigodos), árabes, judíos, etc. Por eso no llego a comprender cómo cada vez que llega la conmemoración del encuentro entre europeos y americanos que supuso lo que se ha denominado erróneamente como “descubrimiento de América” surgen voces que intentan hacer que nos avergoncemos de ello los que somos herederos de la historia de España.
Hoy en día las guerras de conquista son execrables y los sufrimientos que provocan no tienen ninguna justificación. Ni siquiera podemos justificar ahora las conquistas del pasado, pero tampoco podemos juzgarlas con las premisas actuales. Y más en el caso de América, donde los conquistadores invadieron militarmente un continente en unas pocas decenas de años del siglo XVI. En Castilla ocurrió lo que pocas veces ha tenido lugar en la Historia, que los invasores se plantearon éticamente el derecho que tenían de conquista, cuya más palpable expresión está en la Junta de Valladolid de 1550-51, donde se desarrolló la controversia entre Bartolomé de las Casas y Ginés de Sepúlveda sobre el derecho de conquista y en Leyes Nuevas de 1542, que pretendían “el buen tratamiento de los indios”. Sí, apenas cincuenta años después del encuentro con el fantástico continente americano. Algo muy diferente a lo que hicieron los puritanos y calvinistas con las tierras indígenas del norte.
Por otro lado siempre se pasa por alto el grado de barbarie que desarrollaban imperios como el azteca, entre otros, para los cuales el que el Sol continuara diariamente su ciclo suponía el sacrificio diario en todos sus templos —varios por ciudad— no de un animal, sino de un ser humano. Y si era niño, más mérito tenía. Lo del indígena feliz y en paz con la naturaleza no es más que una memez. El imperio azteca estaba en un grado de desarrollo similar en crueldad al imperio romano, que celebraba combates de gladiadores. Los castellanos que llegaron a América, sin lugar a dudas, tenían una elevación espiritual y humanitaria mucho mayor, aunque hoy en día nos parezca atrasada.
Me asquean estos días en las redes sociales muchas denigraciones del encuentro entre europeos y americanos con imágenes de carabelas surcando mares ensangrentados. O llamamientos a la “resistencia indígena”. ¿Resistencia indígena tras quinientos años de la conquista y doscientos de independencia? ¿A quién tienen que resistir? ¿No estaremos hablando de otra cosa? ¿No será rebelión contra las élites capitalistas de sus propios países? Claro que entre los humillados y pobres, gran parte lo forman comunidades indígenas, pero esa es otra historia. La conquista de América por parte del imperio castellano concluyó en el siglo XVI y ya va siendo hora de que los “pueblos oprimidos” tomen conciencia de su responsabilidad histórica y no busquen cabezas de turco para culpar a otros de sus males actuales.
Las personas que conquistaron América son antepasados de los americanos actuales y no de los que ahora vivimos en el Península Ibérica, cuyos antepasados obviamente no fueron allí, si no que se quedaron aquí destripando terrones. Si quieren culpar a alguien por lo pasado, que se miren en un espejo y descubran su grado de mestizaje. Yo sé que no soy vetón, como tampoco soy romano, ni judío, ni musulmán, aunque pueda tener sangre de todos ellos. En mi caso personal tan solo puedo certificar que tengo sangre alemana por mi quinto apellido. Pero me siento orgulloso de los vetones de una tierra, Ávila, en la que no nací, como me siento orgulloso de toda la sangre mestiza que corre por mis venas.
Yo el 12 de octubre sí que tengo mucho que celebrar. El encuentro entre dos continentes, el compartir una misma lengua que posibilita que los americanos de hoy en día puedan leerme; el tener unos intelectuales, como por ejemplo Rubén Darío, del que podemos sentirnos orgullosos tanto los abulenses como los nicaragüenses.
La Historia no la podemos cambiar, pero sí asumirla y extraer lo positivo para enriquecernos.

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